-Ecos de Días del Libro-
La poesía es esa fuerza silenciosa que sostiene el día. Nombra lo invisible, lo vuelve presencia al decirlo, le da un lugar en el mundo con las palabras. En la 19.ª Feria Popular Días del Libro 2025, quisimos explorar esa dimensión profunda y multifacética de la poesía: su vínculo con lo sagrado, lo mítico, lo cotidiano y su poder para abrir sentidos nuevos.
Para conversar sobre esto, invitamos a Horacio Benavides, uno de los grandes poetas colombianos del último siglo. Nació en Bolívar, Cauca, en 1949. Su obra ha sido reconocida con premios como el Eduardo Cote Lamus y el Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura. Entre sus libros se cuentan Orígenes, Las cosas perdidas, Sombra de agua, De una a otra montaña y La serena hierba.
Su interlocutora fue Yenny León, poeta nacida en Medellín en 1987, considerada una de las voces más potentes de la poesía escrita por mujeres en Colombia. Filóloga hispanista, magíster en Escrituras Creativas y docente universitaria, es autora de libros como Entre árboles y piedras, Campanario de cenizas y La hierba abre su latido.
En esta conversación Benavides y León se encontraron para hablar de lo que la poesía toca: el misterio, la muerte, el asombro. Aquí recogemos algunas de las ideas más significativas de ese encuentro. Un diálogo para pensar la poesía como un territorio esencial, donde lo inmortal y lo mortal conviven, y donde cada palabra es una oportunidad para empezar desde cero. Es decir: para crear el mundo.
Yenny: En el prólogo de tu poemario Serena hierba, Juan Manuel Roca escribe: “Todo ocurre como por ensalmo en esta poesía. Todo crece por rizoma. Y fluye como el agua, que es uno de los elementos primordiales de su virtuosa escritura. Sus aguas, como el poema mismo, duplican la flor, pero ocultan su sombra. En la palabra de Benavides, la rosa es nombrada y desnombrada en la pizarra del agua”. Quisiera empezar con una pregunta que se relaciona con un tema que ronda los Días del Libro: la buena vida. Horacio, ¿qué es la buena vida en relación con lo poético?
Horacio: Si uno no tiene plata, si uno es pobre, no hay buena vida. Sin plata no es posible la buena vida. Pero la mucha plata tampoco es garantía de buena vida. Puede incluso enloquecernos. Cuando yo estaba empezando a escribir, teníamos un grupo en Cali. Uno de los compañeros decía: “A mí me gusta escribir, pero dicen que los escritores se mueren de hambre”. Él, que era el más joven, tomó el camino de la vida práctica, de los negocios. Con el tiempo supe que está bien, que tiene vacas en el Magdalena Medio, tiene motos… Los otros, entre ellos yo, tomamos el camino de los arrojos, de las piedras y escribimos… ¿Qué logró él? Pues algunas cosas. ¿Qué logré yo? También algunas cosas. Y creo que los dos nos encontramos. La vida común y corriente es fuente de poesía. Quien vive una vida común no está apartado de eso. Y quien escribe, de alguna manera, también recibe algo en el bolsillo. Entonces, estamos comunicados.
Hace unos días, en Cali, vi a un viejo amigo zapatero. Estaba un poco enfermo y había dejado de hacer zapatos. Un día yo cruzaba por la calle y lo vi sentado afuera, recibiendo el sol. Le pregunté: “¿Qué hace ahí, don José?”. Y me dijo: “Aquí, esperando el mensajero de Dios”. Esa frase me quedó dando vueltas. Él era un zapatero, un hombre común. Entonces yo creo que, si bien al poeta le es dado, por supuesto, ciertas cosas, nadie está aparte de eso. Todos vivimos eso que se llama la poesía, que es una forma de comunión.
Y: La poesía amplifica lo minúsculo, se detiene en eso que es mínimo en apariencia, en lo que retrocede, en lo cotidiano que creemos conocer.
H: Se puede escribir sobre cualquier cosa: sobre lo grande —las constelaciones, por ejemplo—, pero también se puede escribir sobre lo pequeño, lo mediano. Me pasó una cosa muy interesante en la pandemia, de repente todos empezamos a hablar del virus, y yo me pregunté: bueno, ¿qué es un virus? Es decir, habían pasado años y nunca me lo había preguntado realmente. Entonces me puse a buscar. Yo pensaba —como muchos— que el virus era una especie de animalito, como una bacteria, que es un ser vivo. Pero resulta que no: un virus no es un ser vivo. Hay científicos que dicen que está vivo y muerto al mismo tiempo. El virus es un misterio. Eso que es pequeño, es a la vez muy importante. Nos puede mover completamente el piso.
Lo pequeño, en mi caso, está en los animales, en la serena hierba. He tomado como objeto lo que no es considerado poético, por ejemplo, el cerdo. O, en el caso de La puerta del poema, el asno. Eso tiene una historia. Yo fui un niño campesino, que lo primero que ve al abrir los ojos son animales, y ese mundo se quedó en mí. Pero luego me separé. Antes de que se acabara mi infancia, me mandaron a estudiar. Más tarde entendí que separarse es fundamental en la vida. Si yo no me separo, estaría metido allá, siendo otro entre ellos, gozando de ese mundo. Pero para poder ver algo hay que separarse. Para poder ver algo hay que morir. Un primer amor se deja, se muere, y uno sigue avanzando. Y luego puedes revivir, reaparecer. Los animales, en mi poesía, son una manera de resurgir.
Y: Quiero resaltar la cuestión de la versificación en tu poesía. Tienes poemas en verso libre, cortos, con una condensación energética y de sentido maravillosa. Pero también tienes un libro de coplas, una forma que puede restringir (o no) la expresión. ¿Cuál es la decisión detrás de la forma de los poemas?
H: Yo vengo de la copla. El pueblo colombiano también. Esa es la forma de poema que está más metida en nuestra vida. Mi madre sabía coplas, mi abuelo materno también, y eso me sonaba muy bien, y varias las memoricé. Salí perrito, salí, salí que no sos de aquí; conforme dicen de vos, ¿hacia dónde decidís venir…? Cuando dejo el campo y llego a Cali, estaba en auge el movimiento nadaísta. Hoy en día es muy interesante, pero también hizo otra cosa que no lo es tanto: hicieron toda una campaña contra lo rimado. A uno le daba pena decir que había escrito coplas. Entonces yo, en ese medio, me decía: guardemos esto porque eso no es bien visto. Solamente con el paso del tiempo fue que me di cuenta de que sí se podían escribir coplas. Descubrí cosas muy interesantes sobre la medida del verso. Octavio Paz decía que el verso es una mínima unidad de ritmo. Pero seguí avanzando y dándole vueltas, y de pronto descubrí que nosotros, todos los que hablamos español, tenemos un ritmo en el habla. Es decir: hablamos por fragmentos, y todos hablamos en ritmo de copla.
El ritmo de la copla es el ritmo del habla del español. Miren la belleza y la importancia de la copla, por eso está tan pegada en nuestra gente, sobre todo en los sectores populares. Tanto el joropo, el vallenato, la mayoría están escritas en copla. Y los raperos rapean —la mayoría— en ritmo de copla, y muchos reguetoneros hacen variantes. Quienes han rescatado esas formas no han sido los poetas, sino los compositores de canciones.
Y: Me parece muy interesante la resematización de la copla. Estas formas, que a veces se consideran rígidas o anacrónicas —como señala Denise Levertov al hablar del verso libre—, en Latinoamérica adquieren otros sentidos. Tu poesía invita a reabrir esas formas. Además, está profundamente ligada a lo sagrado, pero entendiéndolo también desde su lado más oscuro. No necesariamente lo sagrado como luz, sino también como oscuridad sagrada. Como decía Olga Orozco: la oscuridad también es otro sol. Me gustaría mucho que nos contaras un poco más sobre tu relación con lo sagrado en tu poesía.
H: Existen las divinidades, los dioses, y lo sagrado es ese territorio cercano a ellas. En mi caso, lo sagrado es mirar hacia lo desconocido, hacia lo que no tiene respuesta. Me asombran muchas cosas: el pensamiento de los animales, los seres más pequeños como los virus, el hecho de que podamos oír, ver, imaginar. Me quedo plantado frente a eso que no entiendo. Es una inclinación ante el misterio. Y es hermoso que, por primera vez en mi vida, escucho a científicos decir: “No sabemos qué es tal cosa”. Por ejemplo, hablan de la energía y la materia oscuras, pero reconocen que no saben qué son. ¡Qué maravilla! Saber que no se sabe qué es, en cierto modo, es el camino de la poesía, porque el poeta vuelve a empezar. Vemos la luna, decimos “es la luna” y seguimos, pero podríamos mirarla como si fuera la primera vez que aparece. Eso es volver a empezar, y ojalá todos pudiéramos hacerlo. Si empezamos a dejar esas ideas de lado, a quedar en blanco y a volver a empezar, estamos recorriendo un camino fundamental. De este modo, por nosotros mismos, tratamos de crear y elaborar nuevas cosas. Eso es lo más importante de la poesía: procurar caer en el vacío.
Y: Juan Manuel Roca también dice que en la poesía de Horacio se llega mucho al estado de lo mítico. Y precisamente, adoptar esa actitud de apertura y receptividad es empezar a crear mito, lo cual me parece muy hermoso. También lo que mencionas, porque, aunque existen fuerzas como la gravedad, el electromagnetismo y las fuerzas nucleares, en realidad no sabemos qué son. Los mismos físicos reconocen que el origen y la naturaleza profunda de estas fuerzas permanecen en misterio. Wisława Szymborska, en su discurso del Nobel en 1996, señaló que las dos palabras más poderosas son ‘no sé’.
Mi última pregunta tiene que ver con una relación que es supremamente importante en tu poesía. Hay dos fuerzas muy presentes: la muerte y lo inmortal. ¿Por qué esa inclinación?
H: He sido tocado por la muerte desde muy pequeño, y también por lo mítico que la rodea. Nuestra casa estaba frente a una colina, y enfrente había otra casa campesina, más pequeña y de paja. Un día apareció una bandera blanca, señal de que alguien había muerto. Mi mamá me dijo: “Se murió el finado Apolo” —su nombre era Apolinario— y me tomó de la mano para ir a verlo. Yo no tenía ni cuatro años. Llegamos al mediodía, había mucho sol, la puerta estaba abierta y nos asomamos, pero no se veía nada por la luz fuerte.
Cuando la luz fue bajando, vimos a dos mujeres, una de ellas tenía el muerto en brazos, y había una olla grande porque le estaban bañando. Yo le pregunté a mi mamá: “¿Por qué lo están bañando?” Me respondió: “Porque debe irse limpio. Murió sucio porque fue de repente, estaba trabajando, y debe presentarse limpio ante el Señor”. Luego lo vistieron con ropa nueva, lo pusieron en un ataúd, y dentro le metieron un cabito de vela. Le pregunté para qué era la vela, y mi mamá me dijo: “Porque seguramente va a caminar, va a andar por lugares oscuros”. También le pusieron una cinta doblada y anudada, pregunté para qué: “Porque de pronto le toca cruzar por abismo”.
Esa fue mi primer contacto con la muerte. Inicialmente pensé que era un asunto de campesinos. Pero no. El hecho de bañar a los muertos no está solamente en la costumbre indígena ni en ese rincón, está en todas las culturas. Y el hecho de que había que llevar un cabo de vela para alumbrar… En las culturas está la otra vida como un camino. Entonces estaba ahí lo mítico y la muerte.
Tres poemas de Horacio Benavides
La puerta del poema
Entra ahora
que la casa está a solas
entra en punta de pues
mientras los otros rezan
Guárdate el rebuzno
y la descomunal hombría
animal de Dios
Aquí eres el otro
fray asno de Egipto
Pon esa cara de burro
casi triste
Cuerpo velado
Hermoso cuerpo velado
Más soñado que visto
creo haberlo tocado
Cuerpo que en el pasado
hizo presencia cantado se
insinúa en lo imprevisto
Árbol
Tu sombra bebe luz
arriba
estrellas de agua
Y es otro ya
el fruto que elaboras
oro cernido
sobre el círculo de prado
Árbol
a tu pie
teje el olvido
aromas y susurros