Magia y escrituras para abrir el mundo

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¿Qué nos atrae tanto de lo gótico? ¿Por qué volvemos una y otra vez a los castillos, a las brumas, a los seres nocturnos, a lo oculto, a lo prohibido? En la literatura, lo gótico ha sido una forma de explorar los miedos y deseos más profundos, de mirar la oscuridad con fascinación.

Carolina Andújar ha hecho de ese universo su territorio narrativo. Es una escritora conocida por sus novelas cargadas de elementos sobrenaturales, atmósferas inquietantes y personajes que se mueven entre la oscuridad y la magia. Caleña de doble nacionalidad, colombiana‑húngara, un cruce cultural que se expresa en su imaginario literario. Ha vivido y trabajado en diferentes países, experiencias que han nutrido sus ambientes, escenarios y personajes.

Su trayectoria comenzó escribiendo obras de teatro y guiones para cortometrajes, mientras se especializaba en homeopatía y profundizaba en el análisis onírico, herramientas que han contribuido a la creación de personajes intensos y complejos. Es autora de la saga Carmina Nocturna («Canciones de la noche»), conformada por Vampyr (2009), Vajda, príncipe inmortal (2012), Pie de bruja (2014) y La familia maldita (2022), que cierra la serie. Otros títulos suyos incluyen La princesa y el mago sombrío (2013), El despertar de la sirena (2016) y C.A.L.I. (2019).

Esta conversación tuvo lugar durante la Parada Juvenil de la Lectura de Medellín 2025, entre Carolina Andújar y Sara Zuluaga —música y traductora—, quien condujo el diálogo con sensibilidad y oído atento a los matices literarios y simbólicos que atraviesan la obra de la autora.

Sara: Para comenzar esta conversación, quisiera que habláramos sobre la palabra que da inicio al título de esta charla: “magia”, que a menudo se asocia con la ilusión o el truco, pero quisiera preguntarte, Carolina: ¿cómo entiendes tú la magia? ¿Qué lugar tiene en tu obra y cómo puede, desde la ficción, abrirnos a otras formas de ver y sentir el mundo?

Carolina: La magia, para mí, ha sido profundamente importante. No solo porque nací en Colombia —como ustedes—, un país que convive naturalmente con el pensamiento mágico desde que nacemos. Creo que, por más que en ciertos momentos de mi vida haya intentado desligarme de esa magia, siempre termino volviendo a ella con más fuerza. Y digo desligarme porque ha habido un esfuerzo consciente de mi parte por ser menos supersticiosa en algunos momentos. Como si me dijera: “Está bien, basta. Todo esto es demasiado. Demasiado pensamiento mágico. Tiene que haber una racionalidad”. Pero no, chicos… No lo he logrado. O bueno, solo lo he logrado de forma temporal. He podido desligarme de ciertos aspectos más religiosos de lo mágico —eso sí—, pero no de la sensación de que hay algo más. Y, aunque a veces no lo sienta claramente, me hace falta creer que quizá podría haber algo más allá de lo palpable, lo científico, lo natural, lo concreto, lo objetivo. Eso me hace falta. Termina por hacerme falta. ¿Dónde lo he encontrado? En la literatura, en el arte. Lo he encontrado en lo simbólico, en lo mitológico, pero también en ciertas corrientes de pensamiento filosófico y en prácticas mágicas. Crecí, de hecho, en una especie de culto asiático. Mis padres eran muy new age, muy hippies, y hacían parte de este culto. Así que nací expuesta no solo al catolicismo —al que casi todos los colombianos hemos estado expuestos desde niños—, sino también a una corriente esotérica asiática muy fuerte. Entonces, desde muy pequeña mi mente se volvió afín a todo lo que fuera mágico: lo mágico, lo religioso, lo supersticioso. Para mí, eso era perfectamente normal. De hecho, era más normal ese universo que el de lo científico, objetivo o racional. Tal vez por eso, con los años, he intentado equilibrar las cosas. Cerrarme un poco a esa parte mágica, abrirme a la razón. Pero, en el fondo, ese cierre nunca ha sido del todo exitoso. Al fin y al cabo, la magia siempre encuentra la forma de volver.

S: ¿Cómo fue ese primer encuentro con una biblioteca? ¿Dónde estaba? ¿Cómo surgió el deseo de escribir? ¿Qué lecturas marcaron a la Carolina niña y se volvieron maestras en tu camino como autora?

C: La primera fue la biblioteca de mi familia. Ahí estaba Drácula, ahí estaban los libros góticos. Por eso me encantaron. Fue allí donde me expuse por primera vez al vampiro… y me fascinó. Porque yo era una niña —y sigo siendo una mujer— profundamente lúgubre. Nunca fui una niña feliz, ni sonriente, ni juguetona. Fui una niña triste. Y ese componente gótico, emo-natural en mí, lo encontré reflejado en los libros de vampiros. Me resultan homeopáticos. Y cuando digo homeopáticos quiero decir que, de algún modo, me curan. Tienen la misma “enfermedad” que tengo yo: la enfermedad de la tristeza, de lo lúgubre, de la fascinación con la muerte. Me llegan directo al sentimiento vital más profundo y me confortan. Creo que muchas personas que tienen una naturaleza parecida —o que han crecido con este tipo de emociones— encuentran precisamente consuelo en esa oscuridad. Puede estar en la música metal, puede estar en la literatura gótica, en el terror, en la estética de lo oscuro. Pero encontramos allí una familiaridad, un consuelo, un abrazo en esa tristeza melancólica, en esa poesía oscura que tiene sentimiento gótico.

S: Escribes desde y sobre distintos lugares geográficos —incluida Colombia—, también nos llevas a recorrer otras realidades: viajamos a Polonia, a Francia, a Italia… Me parece fascinante cómo logra ambientar esas historias en espacios tan diversos, y cómo consigue un léxico particular, una atmósfera muy precisa de cada uno de esos lugares.

C: Una parte intrínseca de la literatura gótica clásica es el desplazamiento, el irse del lugar de donde se está. Es una constante que se puede rastrear en las grandes obras del género. Pensemos en Drácula, de Bram Stoker: Jonathan Harker, su protagonista, sale de su entorno inglés, pulcro y racional, para adentrarse en esa Europa oriental agreste y salvaje. En El castillo de Otranto, considerada la primera novela gótica, su autor, Horace Walpole, se inventa que la historia es una traducción de un manuscrito italiano antiquísimo, ubicado en un territorio lejano al suyo. Ese artificio —el de ubicar lo gótico en espacios ajenos, lejanos, casi mitológicos— ha sido un recurso recurrente en la tradición del género. Yo no soy la excepción. Me reconozco admiradora de esa tradición y no he pretendido innovar en ese aspecto, sino continuar con lo que amo. En todas mis novelas góticas hay un viaje. Incluso cuando los personajes parecen estar encerrados, la trama se mueve, se desplaza. Todo esto responde a una convicción muy personal: para mí, escribir es una forma de viajar. Lo ha sido especialmente en épocas en las que no he podido hacerlo físicamente. Entonces, tanto la lectura como la escritura se han convertido en mi barco, en mi tren.

S: ¿Cómo se transforma ese viaje cuando, además de imaginar otras geografías, se cruzan también otras temporalidades, otras culturas, otros lenguajes?

C: Así como viajamos quienes escribimos y quienes leemos, también el género gótico ha viajado. Se ha desplazado desde sus orígenes europeos hasta Latinoamérica, donde ha echado raíces propias. Pienso en Cali —mi ciudad—, donde en los años setenta y ochenta empezó a surgir un gótico muy singular. Basta recordar películas como La mansión de Araucaima, que construyen una estética oscura, sensual, inquietante, muy distinta al gótico anglosajón. También pienso en lo que está pasando en otras regiones del continente. Está el “gótico andino”, por ejemplo, con autoras como Mónica Ojeda, que desde Ecuador nos llevan a territorios donde lo gótico se cruza con temporalidades no lineales, saberes ancestrales y comunidades que habitan los bordes. Creo que estamos viviendo un momento fascinante para el gótico en Latinoamérica, un momento en que este género, sin perder su esencia, se deja atravesar por nuestros contextos, nuestras heridas, nuestras búsquedas. Y yo, desde la escritura, sigo recorriendo ese mapa.

S: Si fuéramos, digamos, a emprender este viaje por la literatura de Carolina, como lectores, ¿qué preparación requerimos?

C: Si ustedes se quieren desconectar de la realidad y meterse en un mundo completamente distinto por algunos días, si dicen: “Ve, estoy harto de lo que estoy viendo todo el tiempo, quiero viajar, irme a otra época, sentir y vivir otras cosas”, creo que mis libros sí les van a ofrecer ese corte con la realidad, esa posibilidad de tener su propia cápsula, una válvula de escape total. Ese es mi propósito, y eso es lo que yo tengo para ofrecer. No necesitan ninguna otra preparación.