Elaine Vilar es considerada una de las voces jóvenes más importantes de la Cuba literaria actual. Su obra, escrita en clave feminista, explora temas como violencia, maternidad, poder patriarcal, identidad y crisis social, con una estética oscura e imaginativa expresada en géneros como terror, fantasía, cuento, novela y poesía. Ha ganado diversos premios nacionales e internacionales y su obra ha sido editada en antologías a lo largo del mundo.
Compartimos esta reseña de la escritora Danielle Navarro, quien estará conversando con la autora cubana el domingo 21 a las 3:00 p. m. en el Auditorio Explora (Parque Explora), en el marco de la 19.ª Fiesta del Libro y la Cultura.
Elaine Vilar es una escritora que puede narrar el origen de todo lo insólito: la llegada de “el niño” a los brazos de una virgen llena de orejas en los pies, la aparición de una selva con hambre de carne humana, la transmutación de una mujer en perra al descubrir que se ha comido en la sopa las menudencias del perro al que amó, la venida de una mesías hembra.
Es narradora, poeta, dramaturga y también música formada en guitarra clásica. Desmesurada en la escritura, empezó a publicar y a ganar premios casi desde los veinte años y ya tiene una obra vasta en la que se destacan La tiranía de las moscas (2021), El cielo de la selva (2023), Las cavidades (2023), “Los girasoles del fin del mundo” (2024), Las tarántulas (2025), junto a un par de decenas de títulos más.
No tiene hijos, pero la maternidad le ha hecho preguntas que han dado a luz a personajes como Santa, una mujer de la novela El cielo de la selva cuya principal función narrativa es parir, parir y parir, como una gallina mamífera que pone huevos para alimentar a una familia en una hacienda, o como Ananda, la hermana de Santa, que eligió maternar a un perro en vez de tener hijos y recibió por ello la condena de un destino trágico.
En su literatura se oyen murmullos de los personajes de los mitos que reposan muy en el fondo de nuestra carne, como Ifigenia, Lázaro, la virgen, Casandra o Medea, y parecería que en sus relatos, como en tantos de esos mitos, la redención y el sacrificio implicaran lo mismo: alguien tiene que morir para salvarnos.
Ifigenia, la tuerta que ve más que todos, la “emisaria de un monstruo” en El cielo de la selva, nos hará una advertencia: El asesino no es la selva, idiotas. Pero los niños (y los lectores) creerán (creeremos) que la selva es un dios hambriento como todos los dioses, que Dios sí existe y es una bestia con las fauces abiertas en la sombra.
Vilar ha dicho que la literatura es un refugio, y sabe que tal vez la única forma de hacer que la memoria perviva es creando relatos y repitiéndolos hasta que sean la verdad: hasta que se confunda lo real con lo imaginado, hasta que las historias que inventamos alivien nuestras fisuras, hasta que se nos calme el corazón que siempre tendrá, por fortuna, mucho espacio para la memoria.