La escritura también es cicatriz 

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Hiram Ruvalcaba es uno de los invitados destacados de la Fiesta del Libro y la Cultura 2025. Su obra, reconocida por múltiples premios nacionales, explora con crudeza y sensibilidad la violencia cotidiana, la memoria familiar y las ausencias que atraviesan su tierra natal. Para acercarnos a su universo literario, compartimos esta reseña del escritor Diego Agudelo, quien conversará con él el domingo 14 de septiembre a las 3:00 p. m. en el Auditorio Jalisco (Patio de las Azaleas, Jardín Botánico). Una cita imperdible para quienes creen en el poder de la literatura para narrar lo íntimo y lo colectivo.

El encuentro con Hiram Ruvalcaba, con su voz, su memoria, es una excursión a un pasado que a muchos de nosotros en América Latina nos sigue rompiendo, porque crecimos inmersos en una violencia naturalizada a la que miramos de soslayo, olvidándonos que siempre está babeando y respirándonos en la nuca. Avanzar en la lectura de su libro Todo pueblo es cicatriz es como habitar de nuevo un barrio de la infancia, sea en Medellín o en Zapotlán el Grade, donde nació Hiram; al tanto de sus peligros, pero con el suficiente callo para vivir, jugar, enamorarse y crecer presintiendo en el lenguaje, de algún modo, una carta de salvación.

En ese arco veo al personaje y al narrador del libro: hay un niño que observa, escucha a los mayores como quien reúne pistas para resolver un misterio, que se duele de la muerte, siente miedo, busca justicia. Y en su forma de narrar la memoria del pueblo y de su familia encuentra una parte de eso que le hace falta: la escritura como revancha para nombrar lo que tanta oscuridad ha intentado tragarse, porque nombrar a las víctimas —Sagrario, Rocío, Jazmín— y contar su historia le devuelven aliento a esa vida que les fue arrebatada; también les ofrenda un lugar para habitar: el territorio narrado con belleza en todos sus contrastes y el imaginario de los lectores que al navegar en el relato participamos de una memoria colectiva para prevalecer sobre el silencio.

En la prosa de Hiram he encontrado rutas hacia la Santa Teresa de Bolaño y su interminable lista de mujeres muertas; he visto la luz cenicienta de Comala y sentido el aire áspero de Luvina, los pueblos fantasmales de Juan Rulfo; y he recordado el vértigo que nace en los reporteros con la proximidad del horror, cuando lo único que hace falta para defendernos es reunir coraje en la escritura, nada más.