Solo hay canto porque hay montañas 

Fecha

Autor

FOTOGRAFÍAS

La 19.ª Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín recibe como uno de sus invitados destacados al poeta, narrador y ensayista italo-mexicano Fabio Morábito, nacido en Egipto en 1955. Su obra, tanto en poesía, cuento y ensayo, es reconocida por la claridad y la hondura con la que explora lo cotidiano, lo que lo ha convertido en una de las voces más relevantes de la literatura contemporánea en español. Entre sus publicaciones se encuentran Lotes baldíos (FCE, 1985), La vida ordenada (Tusquets, 2000), El lector a domicilio (Sexto Piso, 2018), A cada cual su cielo (Visor, 2021) y Canción segunda (Visor, 2024), y una fértil trayectoria que le ha valido reconocimientos como el Premio Aguascalientes, el Premio Xavier Villaurrutia y el Premio Roger Caillois. 

Compartimos esta reseña de Carolina Londoño (periodista y poeta) para acercarnos a su obra. Morábito tendrá dos espacios de participación en la Fiesta: el domingo 14 de septiembre a las 5:00 p. m., en el Auditorio Explora (Parque Explora), conversará con Lucía Estrada (poeta) sobre las poéticas de lo leve y lo hondo y sus reverberaciones en el mañana; y ese mismo día a las 8:00 p. m. leerá algunos de sus poemas junto a Inés Posada (poeta) en el Auditorio EPM. 

Por: Carolina Londoño 

Fabio Morábito nació en Alejandría; muy pronto dejó Egipto para criarse en Italia, y a los quince años migró a México con su familia, donde aprendió a hablar español, lengua en la que escribe. Español, no italiano. Ya sabemos que entre estas lenguas romances no hay una distancia insalvable, pero queda la pregunta: ¿por qué eligió uno y no el otro para escribir? Bachelard decía que las imágenes primordiales nos son dadas en la infancia. Esas experiencias se imprimen primero en los sentidos del cuerpo, pero el lenguaje aparece como un puente entre lo que percibimos y lo que nombramos. Siempre me ha parecido bellísima la imagen de un niño que, al señalar con un dedo, dice “eso, esto, aquello”, y que luego descubre que la palabra es la forma de convertir ese gesto en voz. 

Si el primer impulso de nombrar nos viene de la lengua materna, y si nombrar (o renombrar) es uno de los principios de la poesía, resulta particular encontrarse con un autor que no escriba en el idioma primero. A Morábito lo conocí con estos versos: “Solo hay canto / porque hay montañas, / porque lo que decimos / las montañas lo deforman, / y así se forma, / con las palabras desvirtuadas / por los montes, / como el deseo de oírse / por primera vez, el canto”. 

En otro poema suyo dice: “… Ahora, después de casi veinte años / lo voy sintiendo: / … / el italiano, / en que nací, lloré, / crecí dentro del mundo / -pero en el que no he amado aún-, / se evade entre mis manos”. En otro escribe: “… Yo nací en una plaza / de África, mis padres / me llevaron al norte / a una ciudad febril, / hoy vivo en las montañas, / me acostumbré a la altura / y no escribo en mi lengua”. 

Leyendo a Morábito entendí por qué solo hay canto cuando hay montañas: la poesía es canto, y ese canto nace de escribir en el español que aprendió mirando volcanes y cerros de México. No la lengua de la llanura, sino la de la altura. Una lengua en la que también comete errores, como lo confiesa, y es hermoso ver esa vulnerabilidad convertida en pertenencia: “… y si al hablar cometo / los errores de todos / me digo: soy de aquí, / no me ensuciaste en vano”. 

Esa conciencia de lo imperfecto lo acompaña también en su búsqueda de un ‘idioma’ propio, destinado a morir con él. No es solo la mezcla del español y el italiano —la lengua íntima en la que se comunicaba con su padre— sino la suma de las voces recogidas a lo largo de su vida. En esa lengua personal caben la vulnerabilidad y el humor (‘¿Qué es más importante? ¿Perder un diente o perder un poema?’), pero sobre todo una mirada atenta a lo común. 

En su poesía lo cotidiano adquiere otro peso bajo su mirada: las sábanas colgadas en la azotea, un viaje en avión, una pelota atrapada entre las ramas de un árbol, la muerte de un mosquito, los edificios donde se escuchan voces y gemidos, los parques sucios tras el ajetreo del día, el ruido de los motores. Desautomatizar la vida diaria es, para él, escuchar el pulso secreto de las cosas, un pulso que nos devuelve al nuestro propio: la certeza de estar vivos. 

No falten a la cita en la Fiesta del Libro y la Cultura. Escuchar y leer a Morábito será la oportunidad de reconocernos: amar, reír, llorar, pensar y cantar en medio de nuestras propias montañas.