“La poesía es la gran aventura de la vida”: Elkin Restrepo

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Elkin Restrepo es editor, narrador, dibujante y uno de los poetas vivos más importantes en lengua española. Por su amplia trayectoria, recibió en 2018 el prestigioso Premio León de Greiff, creado para exaltar la vida y obra de un autor iberoamericano. Durante la ceremonia, el escritor Héctor Abad Faciolince leyó un fragmento del acta del jurado —conformado por Catalina González, Giovanni Quessep, Ramón Cote y el mexicano Fabio Morabito—:

“El jurado reconoce el gran valor de la obra de Elkin Restrepo a lo largo de más de diez libros de poemas, donde trata diversos temas siempre con precisión, originalidad y economía. La extrañeza de vivir, La desolación del recuerdo, La celebración del instante, La exaltación de la naturaleza, entre otros, conforman una obra que es parte esencial de la poesía colombiana”.

Entre muchas cosas, perteneció a la llamada Generación sin nombre, que surgió tras el Nadaísmo en la década de 1970. En 1968 ganó el Premio Nacional de Poesía Vanguardia El Siglo con su libro Bla, bla, bla. Fue director y cofundador de las revistas Acuarimántima, Poesía, Deshora, Odradek, el cuento, P&p+arte. Además, fue director de la Revista Universidad de Antioquia y Profesor Titular en esa misma institución.

Sobre su poesía, el poeta y ensayista Jorge Cadavid dijo:

“La poesía de Elkin Restrepo va mucho más allá del texto escrito. Su asunto es la perplejidad, el singular misterio de cada instante. Sus versos nacen de una condensación de soplos. Esta particular forma de escritura ejercita la mente para contemplar a Dios en todas partes”.

Ante la noticia de la reactivación en 2025 del Premio León de Greiff —y justo en la modalidad de poesía—, conversamos con Elkin Restrepo sobre su visión de este galardón, el lugar de la poesía hoy, la memoria literaria del país y la vida como fuente inagotable de creación.

Elkin, ganaste el Premio León de Greiff 2018 en poesía. ¿Recuerdas cómo recibiste la noticia? 

Hubo una chica, estudiante de Literatura, Carolina Gallón, que fue auxiliar hace algunos años en la revista de la Universidad de Antioquia. En algún momento dejó de trabajar allí, pero con los años nos volvimos a encontrar. Ella estaba trabajando en la biblioteca de San Cristóbal y me dijo que quería postularme al premio, que si me interesaba. Le dije que, por supuesto, pero no volví a pensar en eso hasta el día que me llamó Héctor Abad Faciolince: “¿Qué tal estás de buenas noticias?’”, y me contó que había ganado el premio León de Greiff. Figúrate la sorpresa y el gusto por lo afortunado.

Para mí, León de Greiff es el poeta más grande en lengua española de todos los tiempos. No hay una obra igual a la suya. En ella encuentras un trabajo con el lenguaje muy particular, con sus neologismos y arcaísmos, con su riqueza de formas y aspecto musical. Y complejidad intelectual. En él, el verso es música. Sus juegos imaginativos con el dato histórico y geográfico. No tiene ningún problema en colocar en un poema a un capitán de las huestes de Napoleón, el Capitán Ney, y ponerlo a arribar a Colombia en chalupa por el río Nus, en un juego de planos y de momentos históricos inconcebibles.

 ¡Qué grande es León de Greiff, no hay poema suyo que uno no quisiera memorizar y, a lo mejor, con algunos vinos encima, atreverse a recitar o a1 menos a decir! ¿De quién se puede afirmar algo parecido? Así que recibir un premio con su nombre fue un muy precioso regalo, una felicidad.

¿Es cierto que lo conociste en persona? 

Sí, lo vi dos veces. La primera en Bogotá. Yo iba en un bus hacia el centro cuando lo vi caminando por el barrio La Soledad, temprano, 11 de la mañana. Alto él. Tenía una figura imponente. De boina como siempre. Caminaba con las manos atrás. La segunda vez, Miguel Escobar, amigo suyo, historiador y erudito, me lo presentó. León de Greiff venía a un reconocimiento que le hicieron en el Club Unión. Estaba hospedado en el hotel Normandí, que quedaba diagonal a la Librería Aguirre. Yo iba todas las tardes a la librería a encontrarme con mis amigos. Entonces, una tarde, Miguel me dijo: “Mira, allí está León de Greiff. Tengo que hablar con él, vení te lo presento”. Fue simplemente un saludo, pero para mí fue acercarme realmente a un Poeta. Yo pienso que León de Greiff es una criatura mitológica. Me siento muy afortunado de, por lo menos, haberlo conocido así fuera pasajeramente.

Hubo un año, ahora, no sé precisar cuál, dos mil y pico, en el que,  con Miguel y  otros amigos: Guillermo Melo y Eduardo Peláez, recorrimos semanalmente el Cañón del Cauca, toda esa geografía Greiffiana –la de los relatos de Gaspar- que va de Bolombolo hasta Santa Fe de Antioquia, y donde León de Greiff estuvo trabajando durante un año como contador del tren a Urabá. Y a la cual llamó, dado lo inhóspito y salvaje del paisaje, lo insólito de sus tareas allí, “su viaje Rimbaudiano”, comparándolo con el de Rimbaud a Abisinia. Y materia de sus poemas entonces.

Ese paisaje es una maravilla de la naturaleza. Allí hablamos con gente de la región, visitamos una escuela con el nombre del poeta. Fuimos a Titiribí, subimos a la Otramina, en fin, recorrimos toda esa geografía greiffetiana, a la cual él le dio verbo y un significado único. Recuerdo un verso en el que compara al Cauca con Penélope.

Y como Penélope hilando y rehilando tu monótona corriente.

¿Qué lugar ocupa en tu pensamiento y sensibilidad, como lector y poeta, la figura de León de Greiff? 

La poesía es lo más alto del pensamiento y su realidad verbal. De Greiff consigue darle al lenguaje, al español, todas las posibilidades sonoras y de significado que se le pueden dar a partir del poema. No es un poeta sencillo, es cierto. En cierta forma, hay que merecerlo, llegar a él. Yo no creo que sea un poeta para principiantes, pero su ejemplo, sí. Lo que constituye y representa su obra, sí. A los que nos invita. Nadie ha apuntado tan lejos como él. Eso es la poesía: a través del lenguaje, ampliar las posibilidades en aquello que es la vida y tornarla canto.

¿Cómo ha ido tomando forma, con el tiempo, tu propia idea de lo que es la poesía? 

El poema, bueno, tú empiezas a escribirlo y no sabés a dónde te va a llevar. No es un discurso, que ya tenés la idea y lo que hacés es desarrollarla hasta cumplir el trayecto. En el poema sentís un estado especial, digamos interior, donde la posibilidad de que las palabras establezcan un sentido, un significado, una música, un orden único, quizás puede darse. El poema es tan nuevo para quien lo escribe como para quien lo lee.

¿Qué sueles responder cuando alguien te pide un consejo para escribir? 

Que si sienten el llamado de la palabra, escriban. Cada poema que se escribe hace al poeta. La decisión de escribir no puede depender de alguien más, viene de uno mismo, porque uno tiene que construirse como poeta. ¿Cómo? Con la lectura, las vivencias, la escritura. La aspiración, el modelo, han de ser sí los grandes poetas, porque son ellos los que realmente te van a enseñar, sobre todo, a no engañarte. Y a tomarte en serio tu labor.

La vida no es sólo lo que la educación hace de vos, sino lo que ella en su complejidad y contradicción, te da a vivir y transforma un momento en verdad personal. Y, lo bello, que uno descubre que ciertas cosas que han sido definitivas se dieron muchas veces sin esperarlas.

Se vive con aciertos y seguramente extravíos, pero la misma poesía te enseña, te va indicando el camino, así te mantengas en una incertidumbre continua. Nadie puede hablar desde ella con mucha seguridad o certeza. Más bien, con la poesía se vive despojado de toda certidumbre. Pero ese es, precisamente, el camino y la gran aventura.

Qué bonito eso que decís de la poesía. Asumirla como una gran aventura… Y bueno, además de escribir, vos también has acompañado procesos de otros como editor. Estuviste en revistas muy importantes como Acuarimántima, Odradek, la Revista Universidad de Antioquia… ¿Cómo ves que ha cambiado ese mundo de las revistas y la edición literaria?

Yo creo que las revistas literarias ya no cumple el papel que tuvieron en las tradiciones literarias locales o nacionales. Porque ahora, con las redes, las publicaciones se pueden hacer personalmente, y podés publicar lo que querás. Y no sé si eso permita entrar en diálogo; no sé si realmente se pueda dialogar en esas condiciones. O cumplir, como lo hacían las revistas, con cierto papel en el desarrollo de una literatura o de un momento cultural. Yo creo que esto ya no es posible y que hasta ahí llegaron las revistas. Hay algunas que aún se publican virtualmente, pero ya no es lo mismo. Y es lamentable. Con estas nuevas técnicas hay cosas que se ganan, pero también otras que se pierden. Con la vaina del internet, de lo digital, la inteligencia artificial, estamos entrando en una época completamente visual, y es posible que eventualmente escribir ya no sea lo mismo. Pero vamos a ver a dónde nos lleva eso. No hay que negarlo de entrada. Acordate que, al comienzo, la humanidad utilizó el petroglifo y luego el papel y ahora las redes. Los cambios son amplios y complejos.

A uno le ha tocado vivir varias etapas con las revistas. Durante mucho tiempo creímos que con ellas hacíamos una labor: acercar a los escritores que se estaban iniciando y también dar cuenta de la obra y trayectoria de otros y distintas tradiciones. Llegó en un momento, el del Boom, por ejemplo, con América Latina de moda, y publicándose muchas revistas en América: en Venezuela, en México, en Argentina. Fue un momento de explosión literaria. Y las revistas respondían muy bien dentro de ese contexto. Pero ahora, yo creo que no. Y eso se advierte. Con los libros no ha sucedido igual. Los libros han resistido más. Y las editoriales se han renovado, sobre todo con la participación de las mujeres. Se ha multiplicado su presencia, y esa es una buena noticia.

La narrativa, de alguna manera, ha sabido adaptarse. Sigue viva, aunque en formatos más breves, como vos mismo decías. Pero la poesía… ¿qué destino le espera? Porque para escribir poesía se necesita silencio, pausa, atención… Y este mundo cada vez va más rápido, como si no dejara espacio para eso.

La poesía, como dice Borges, es pobre pero eterna. Está al comienzo y estará al final. La novela nunca estuvo al comienzo. No sé si estará al final. El cuento estuvo al comienzo y estará al final. Este momento favorece más a la novela, aunque la convirtió en una absoluta mercancía, porque los libros que se publican ya tienen calculado su marketing. Y lo que siento con esto es que la literatura en general va tomando otro tono. Ahora se publican muchos libros que son para leer y tirar. Libros que no van más allá del momento y tampoco lo pretenden. Simplemente van dirigidos a la venta y al consumo. A distraer. ¿Y qué hacer frente a eso? Retraerte, buscar la soledad. La soledad entendida como la oportunidad de construir una individualidad, cultivar el ser. Porque la vida es esto y también una aventura.

Desde que te traen acá, al mundo, empieza el problema de qué harás de tu vida, ¿qué vas a ser cuando seas grande? Y esa es la gran aventura: qué vas a hacer de tu vida. Y yo siento que a estas alturas hay que retraerse, silenciarse, estar ajeno, y llevar tu condición cada vez más allá. Y en esto una buena guía es la poesía.

Y este quizás sea el momento, sino lo has hecho antes, de fraternizar (y hacerlos tu vecindario, tu prójimo) con los árboles, los animales, los niños -la naturaleza en una palabra-, que te entregan el milagro de la vida de una manera más directa y espontánea. Un árbol tiene sus raíces en la tierra pero también se alza al cielo. Y esto nos da las coordenadas de toda vida, ¿no? Yo me siento bien con cierto aislamiento, aunque disfruto también de la fiesta y la compañía cuando se dan. La vida es un festín, no hay que olvidarlo. Allá vos si te lo perdés.  

¿Qué opinás de que se haya reactivado el Premio León de Greiff? ¿Cómo creés que un premio como este puede ayudar a darle más relevancia a la poesía y a impulsar su creación en estos tiempos?

Yo celebro que el premio de Greiff vuelva a celebrarse. Esa es una gran noticia. Con la poesía las noticias no abundan y no siempre son buenas. Además, porque la poesía pareciera ser la última de las cosas, así ennoblezca la vida. Y, sin embargo,  creo que esto está bien. La poesía no es para consumir. Ni tampoco para los grandes públicos, porque hay que cumplir algunos pasos para llegar a ella. Que haya un premio de estas dimensiones e importancia, que señale lo significativo de la poesía y que reconozca la trayectoria de alguien que ha dedicado su vida a este quehacer, es más que eso: una gran fortuna.

Yo celebro que el premio regrese y seguramente será el principio de muchas otras cosas buenas. Además, porque un premio despierta el interés sobre un autor, una obra, y la acerca al público lector. Y nos acerca a lo que la poesía significa no solamente a nivel particular, sino de un país y una cultura. Y que extraordinario que la Universidad Eafit y el Municipio de Medellín lo hayan hecho de nuevo empresa a iniciativa suya.

 

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