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Un submarino en la montaña

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La 16.ª Parada Juvenil de la Lectura se celebrará en el Parque Biblioteca Gabriel García Márquez, en el Doce de Octubre. Este emblemático lugar es un punto de encuentro cultural que, desde su apertura, ha sido testigo de la historia y transformación de su comunidad. La Parada Juvenil es una celebración de la vitalidad y el espíritu comunitario que caracteriza a este barrio de Medellín.

“Desde el picacho un viento acaricia el cuerpo del barrio”.

Helí Ramírez. Fragmento del poema La colina.

El primer latido fue el de la Tierra, aquel que hizo posible que este valle naciera. El choque antiguo de las placas tectónicas levantó las piedras y el barro hasta que, como dos olas gigantes, alcanzaron su punto más alto y se convirtieron en las dos largas montañas que resguardan a Medellín desde el oriente y el occidente, y de las que surgen otros cerros que se imponen en nuestra geografía: el Pan de Azúcar, El Volador, el Nutibara, el de las Tres Cruces y El Picacho, que —recordando las palabras del geólogo y escritor paisa Ignacio Piedrahíta— parecen lomos de ballenas que se asoman en el mar de la ciudad.

En medio de estas montañas también navega un submarino. Solo hay que tener la mirada atenta y curiosa para reconocerlo. Sobre la ladera noroccidental, en el barrio Doce de Octubre y rodeado de casas de ladrillo, encontraremos una estructura de cemento que en apariencia no revela mucho, pero es justo ahí donde radica su magia. El diseño arquitectónico del Parque Biblioteca Gabriel García Márquez se basó en la forma de un periscopio, ese instrumento de visión alargado y cilíndrico que le permite a la tripulación de un submarino observar la superficie del agua mientras permanecen sumergidos.

En su oficina Gabriel Londoño, Gestor coordinador del Parque Biblioteca, tiene sobre la mesa un pequeño modelo de un submarino. Es completamente gris y cabe en una mano. Mientras lo aprecia, él explica que “la biblioteca está construida con vidrieras por todas partes, eso te permite hacer un recorrido de 360°, tener una panorámica de la ciudad. El resto de la infraestructura, hacia abajo, es como la base del submarino, ese espacio en el que nos podemos sumergir en el territorio”. A través de la ventana que está detrás de él se ven pasar —como flotando sobre ese mar que es Medellín— las cabinas del metrocable Línea P.

Desde la entrada principal del Parque Biblioteca, que queda sobre toda la carrera 80 con la 104, puede verse entre los árboles, más arriba y como una especie de guardián, el lomo de ballena de El Picacho. Esta es una construcción atípica: está incrustada en toda la ladera. Por eso, cuando se entra por la planta principal, uno queda en el medio del edificio. Hacia arriba hay otros dos pisos visibles; hacia abajo, otros dos, pero ocultos. Desde 2013, este ha sido un espacio de convergencia cultural para los y las habitantes de la Comuna 6, e incluso para sus vecinas: la Comuna 5 (Castilla) y la Comuna 7 (Robledo).

Los barrios de este lado de la ciudad comparten una historia común: comienzan a poblarse de manera masiva en la década de los cincuenta, cuando la noroccidental todavía era considerada como un sector rural, cuando “todo eso era monte”. Campesinos que llegaban desplazados por la violencia bipartidista o migrando con el sueño citadino del progreso. Obreros de Coltejer y Everfit que cumplieron su sueño de tener casa, construyéndolas con sus propias manos en esas mangas pedregosas. Terratenientes que negociaron de manera independiente sus lotes (a veces sin los debidos permisos) para controlar el poblamiento y evitar invasiones. Incluso, el Instituto de Crédito Territorial ofreció soluciones de vivienda aportando materiales para la construcción, con el compromiso de que los futuros propietarios pusieran la mano de obra.

Con el crecimiento de los barrios, emergieron otras necesidades. En muchas partes no había luz ni alcantarillado. Las rutas de transporte eran pocas, los buses no llegaban a todos los barrios, y había que terminar el trayecto a pie por lomas pantanosas. Faltaban colegios, canchas, casas de la cultura y centros de salud. El carácter obrero de sus pobladores fue el impulso que los llevó a organizarse para mejorar sus condiciones de vida. El trabajo comunitario se reflejó en movilizaciones, convites, bazares, peñas y semanas culturales para conseguir recursos y exigir derechos.

Ese fue el segundo latido. El de la indignación, pero también el del abrazo y la juntanza. Desde ahí comenzó un gran movimiento de organizaciones sociales y artísticas que, además de construir el barrio, también fueron fundamentales en las décadas de los ochenta y los noventa, cuando la población resistió y defendió la vida ante el conflicto urbano de la época.

“Las expresiones artísticas han pintado el barrio. Y pintar no quiere decir plasmar líneas y trazos en diversas superficies, sino, además, darle rostro, textura, color, sabor y sonido a la vida barrial (…) Han sido las esquinas, cuadras, calles, mangas, canchas, teatros al aire libre (…) los epicentros de las prácticas; y los parches, galladas, grupos y organizaciones, las formas en las que han logrado ‘juntarse’ para sacar adelante causas”, escribe Eulalia Hernández en su artículo Arte, piel de barrio, y que se encuentra en una cartilla la cual hace parte del archivo de la Sala Mi Barrio en el Parque Biblioteca, espacio desde donde se conservan, activan y se siguen construyendo las memorias del Doce de Octubre.

Jorge Castañeda es usuario de la biblioteca desde que la inauguraron. Vive en la comuna hace cincuenta años. Recuerda que antes de que existiera la biblioteca, allí estaban las famosas “Piscinas del Doce”, un punto de referencia importantísimo para toda la zona. Tenía hasta toboganes, y aunque eran de cemento y la superficie era tosca para la piel y los trajes de baño, no era impedimento para que niños y adultos disfrutaran de una tarde de sábado o un dominguero día de sol.

“Uno se tiraba y se rompía uno de los tres pantalones que tenía. Luego uno llegaba a la casa y le decían: ‘ay, pero vea cómo dañó el mejorcito”, cuenta y se ríe. Aún hoy, y aunque las piscinas ya no existen, siguen siendo lugar de referencia para las anteriores generaciones. Algunos todavía dicen: “¡ah!, la biblioteca por donde quedaban las piscinas”. Y así, la historia pasada y presente del Parque Biblioteca va volviéndose una sola con la historia del barrio y de su gente, porque pueden nombrarse en la misma frase, en la misma línea.

Jorge va a al Parque Biblioteca todos los días. En su casa ya saben que, si lo necesitan, lo pueden ir a buscar allá. No le falta la lectura de la prensa en la mañana, y la de un libro de su elección en la tarde. “Yo me atrevería a decir sin ser muy extremista que esta biblioteca es mi segundo hogar. Así de sencillo. Sinceramente yo acá me siento más desinhibido, con la cabeza sin tanto conflicto. Fuera de que soy usuario, yo siento esto aquí como una familia, un lugar de encuentro con las amistades”, cuenta Jorge, mientras desde el cuarto piso de la biblioteca observa por la ventana las graderías y las canchas que están abajo.

Los alrededores del Parque Biblioteca también son parte de su dinámica cultural y barrial. Afuera las parejas enamoradas se sientan a abrazarse, los niños y niñas corren y juegan mientras sus padres los cuidan. Un grupo de jóvenes ensaya una coreografía. Más allá, otros practican skate. En la cancha que está cerca se juega un partido de fútbol. Un señor pela magos y piñas y las porciona en vasitos para vender. Una chica está sentada sola en una escalera divisando la montaña del frente, pensando en qué sabe qué cosa. El murmullo de los buses de Castilla y de París que pasan por la 80 a todo dar complementa la escena.

“Hay que entender este espacio como una biblioteca humana, un concepto que nos lleva a pensar que cada persona que entra aquí tiene una historia, unos saberes y un cocimiento por compartir. La biblioteca se convierte en ese espacio de encuentro donde esos conocimientos interactúan”, explica Juan Esteban Restrepo, gestor y mediador en el Parque Biblioteca.

Este es el tercer latido. Uno que todavía sigue palpitando y que es el eco de los otros. Félix David es poeta, tiene veinte años, vive en el barrio El Picacho, frecuenta la biblioteca desde 2015, y no sabía que antes existían unas piscinas que eran famosas. Se sorprende al escuchar a Jorge, maravillado ante el reciente descubrimiento.

“Cuando estaba muy pequeño mi mamá me traía, y ya cuando fui creciendo empecé a venir solo. Para mí es un lugar muy importante, y saber que desde antes ya era una zona de encuentro para la gente… ¡wow! Esto para mí es más que una biblioteca, es un parche, es amor a la gente, es aprendizaje. Yo vengo cuando de pronto me siento aburrido, o cuando quiero despejarme. Qué mejor lugar que esto acá”, dice Félix.

En el Parque Biblioteca, más allá de la consulta de libros, se realizan clubes de lectura, memoria y cine, laboratorios de experimentación, exposiciones, clases de música, danza y artes plásticas, alfabetización lingüística y tecnológica. Los colectivos de la zona también habitan sus espacios para hacer sus reuniones y parches. Para Gabriel, que coordina el Parque Biblioteca, el lugar ha sabido leer muy bien las necesidades de la comunidad y adaptarse a sus propias dinámicas. Incluso, se han implementado ofertas culturales que los mismos habitantes han solicitado.

En el corazón del Doce de Octubre, como muchos describen a este Parque Biblioteca, resuena el pálpito de todo aquello que nos une: las resistencias heredadas del pasado, el deseo de transformación que mueve el presente, y la confianza de que entre todos y todas podemos construir el futuro. Desde este submarino en medio de las montañas no solo es posible navegar e imaginar otros mundos, sino navegar y transformar el propio, el nuestro.