La premiada poeta mexicana, Martha Riva Palacio, habla de literatura infantil y su experiencia como invitada al Primer Festival del Libro Infantil de Medellín
La mexicana Martha Riva Palacio Obón fue una de las invitadas internacionales al Primer Festival del Libro Infantil de Medellín. Es poeta, novelista, artista sonora y dramaturga. Estudió Psicología en la Universidad Iberoamericana y realizó una maestría en Artes Visuales en la Universidad Nacional Autónoma de México. Su obra ha sido ampliamente reconocida: recibió el XVI Premio de Literatura Infantil Barco de Vapor, el XVIII Premio Gran Angular de Literatura Juvenil y el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños en 2014. Además, algunas de sus obras han sido seleccionadas para formar parte del Catálogo The White Ravens en 2013 y del Banco del Libro de Venezuela en 2015.
¿Cómo llegas a la literatura infantil?
Yo empecé a escribir los libros que a mí me hubiera gustado leer. Ando navegando en distintas frecuencias; cada proyecto me dice para quién va, escribo libros infantiles, juveniles y también para adultos. Mi primer libro fue Haikú. Para entonces tenía claro que quería hacer un libro dirigido a niños y niñas. El haiku es muy interesante porque tiene una estructura muy rígida, pero al mismo tiempo es muy lúdico. Algo que me gusta de la literatura infantil es que me hace ir a otros registros. Claro que puedes hablar de cualquier tema, pero hay un reto en cómo lo haces, y qué poética vas a desarrollar en cada libro.
Haikú parte de la idea de que “todo cabe en un poema si lo sabes acomodar”. El libro, entre otras cosas, es una invitación a que las niñas y niños se acerquen a la poesía y se vuelvan ellos mismos creadores. ¿Qué tan importante es incentivarles a que descubran sus propias voces?
Hay que volver a repensar todas las categorías que tenemos. Tenemos una visión muy vertical: autora o autor, y lectores abajo. En realidad, estamos en los dos lados. Escribimos, pero también leemos; la lectura es la contraparte de la escritura, también es un detonante. Una empieza a leer historias y eso te motiva a contar las tuyas. En Haikú es muy claro que la perspectiva es esa, de invitarles a escribir sus poemas. Y en otros libros míos, aunque no es tan directa, siempre está la invitación a crear. En encuentros que he tenido con chicos y chicas, te das cuenta de que ellos ya están creando, solo que a veces no se tienen tantos espacios como debería haber para esta exploración creativa. Yo creo que todas las personas, sin importar la edad, necesitamos ese espacio en que podemos experimentar y jugar sin que esté esta presión de producir y ser eficiente, sino para simplemente ver a qué nos lleva un proceso.
Hablabas de que comenzaste escribiendo los libros que te hubiera gustado leer. ¿Cómo era esa Martha niña y qué deseaba encontrar en la literatura?
Para mí, cada libro es como responderme una pregunta. Entonces, por ejemplo, en Haikú era esta cuestión de pensar en cómo trabajar con esa estructura. En Lunática mi pregunta era sobre la voz de la poesía, la voz del aullido, de cómo transformar el aullido en poesía y cómo manifestar ese aullido. Es un poemario que surgió mucho de mis experiencias de niña, pero también de una sobrina que en esa época tenía 9 años y que era una chica loba. Era como este diálogo que yo tengo de “yo a los 9 años era así y tú a los 9 años eres así, y somos unas chicas lobas. Mi chica loba se reconoce en ti”.
¿Y cómo era tu chica loba?
Una que se la pasaba trepando los árboles, con el pelo siempre despeinado, feliz con los bichos y en el pasto. Me ponían vestidos y siempre terminaban rotos. Como diría una amiga, completamente feral. Tomar la imagen de una niña loba es hablar mucho de la voz femenina, de una voz que aúlla, que tiene el gozo y el placer de estar viva, pero que también se planta y dice “¡esto no me gusta!”. Y tiene unos momentos profundos de reflexión. Fue como buscar esos matices.
¿Qué otros motivos detonan tu escritura?
Mis obsesiones. Preguntas que siempre están vinculadas al universo, a lo que significa estar en este mundo y la fascinación que me genera. De niña yo quería ser una mezcla de paleontóloga, astrónoma, astronauta, bióloga marina y vulcanóloga. Me siguen gustando el mar, el espacio, los volcanes y los fósiles. Es un asombro que me resuena mucho con una de mis autoras favoritas, Clarice Lispector. En una de sus crónicas ella habla de la saudade de ser bicho; ese momento en el que de pequeña descubres que estás compartiendo la casa con un bicho, y que ese bicho es una forma de vida no humana. Es la poética que surge entre la relación entre lo humano y lo no humano.
¿Qué te ha permitido mantener esa capacidad de asombro? Que justamente está tan relacionada a las infancias.
Una también se alimenta de con quién está. Yo soy parte de un colectivo de arte y ciencia que se llama Cúmulo de Tesla. Somos varias chicas, y en este colectivo hablamos de arte y ciencia. Siempre hemos llegado a un punto en común de que lo que une el arte y la ciencia es, antes que nada, la curiosidad y la capacidad de asombro. De hecho, a veces hacemos talleres sobre cómo ser exploradoras para ver cómo la imaginación habita tanto en el arte como en la ciencia y cómo eso nos permite concebir otros mundos posibles. Sí, estoy aquí, pero esta no es la única realidad que puede existir ni la única forma de estar.
¿Con qué retos te has encontrado al momento de escribir literatura infantil?
Los grandes temas de la literatura también están presentes en la literatura infantil. Pero el verdadero reto no es solo hablar de cualquier cosa, sino preguntarse cómo y desde dónde hacerlo. Ahí es donde entra una cuestión de responsabilidad, por ejemplo, si quiero hablar de la muerte, ¿cómo lo voy a hacer según la edad del lector?, ¿cómo dejar un espacio para la elaboración y la imaginación? Pienso en el libro El pato y la muerte de Wolf Erlbruch. La anécdota es la misma sin importar la edad: el pato conoce a la muerte y se hacen amigos. Pero dependiendo de la edad, la lectura será distinta. Creo que se trata de encontrar una forma de abordar estos temas dejando siempre espacio para la elaboración simbólica.
¿Qué piensas de que en Medellín se celebre por primera vez un Festival del Libro Infantil?
Siento que, a veces, en la sociedad tenemos las prioridades al revés. Ponemos en el centro a los adultos y vamos dejando en la periferia a los bebés y a las primeras infancias, cuando debería ser al contrario: las infancias deberían ser el foco, y desde ahí todo lo demás. La infancia es un periodo crítico del desarrollo humano, y lo estamos viendo. No voy a generalizar diciendo que todos los problemas vienen de no haber cuidado esas infancias, pero sí creo que esto dice mucho sobre nosotros como humanidad. Es un tema que va más allá de un solo país. Habla de cómo, como sociedad, hemos descuidado la protección de los niños y las niñas. Eventos como estos los vuelven a poner en el centro.