La magia de la Fiesta del Libro y la Cultura se vive cada año en el Jardín Botánico y la zona norte la ciudad, pero también llega a muchas instituciones educativas y bibliotecas de todo Medellín que acogen la estrategia Adopta a un autor de los Eventos del Libro de Medellín. Uno de esos encuentros tuvo como invitada a la escritora colombo-japonesa Amalia Low en una escuela de Santa Elena.
Desde ese día no pude sacarme de la cabeza la canción El reguetón del vampiro, y seguramente lo mismo les pasó a los niños y niñas del Centro Educativo Media Luna durante las semanas en las que estuvieron preparándose para recibir la visita de Amalia Low, música, pintora y escritora de libros infantiles.
Primero empezaron a leer sus cuentos en las clases, después a escuchar las canciones que Amalia sube a su canal de YouTube. Las profesoras no tuvieron que hacer ningún esfuerzo para que los niños y niñas aprendieran las letras. Las rimas eran tan divertidas y el ritmo tan pegajoso que, en menos de una semana, ya se sabían todo el repertorio de memoria.
Fue con El reguetón del vampiro que recibieron a Amalia cuando entró a la escuela, después de un viaje de casi una hora subiendo por la loma centro-occidental de Medellín. En el trayecto, el paisaje urbano fue quedando atrás, desvaneciéndose para dar paso al verde y la tranquilidad del campo. Amalia cruzó la reja y caminó hacia la construcción de un piso que recordaba a las casonas viejas, grande, con un pasillo amplio al frente, y matas colgando del techo.
La directora y un par de profesoras salieron a su encuentro a darle la bienvenida. En ese momento todo seguía en silencio cuando, de repente, comenzó la algarabía. Casi cien estudiantes de primaria, distribuidos en dos largas filas a lo largo del pasillo principal y vestidos de búhos, ranitas, tortugas, pollitos, marranos y leones, le hicieron un camino de honor. Amalia avanzó aplaudiendo y saludando. Un niño no resistió la emoción y salió disparado a abrazar a la escritora, de repente y con tanta energía que, por un segundo, el rostro de Amalia reflejó el gesto de quien acaba de recibir un golpe. Así es el amor, pensé: una fuerza que nos sacude y atraviesa.
Amalia vio los muros y puertas decorados con motivos de sus cuentos: el búho mochuelo, el elefante flaco y la jirafa gorda, el flamenco calvo, la tortuga ganadora, el rinoceronte peludo, y por supuesto, los hámsteres Tito y Pepita, su relato más conocido —que lleva el nombre de los personajes— y que ilustró ella misma.
“Por tu sangre yo suspiro… Suspiro porque soy el vampiro”, cantaba un niño disfrazado de búho mochuelo al micrófono mientras los demás le hacían coro — “¡el vampiro! ¡el vampiro!”— llevando el ritmo con pies y palmas. Cuando la canción terminó y nos dirigimos hacia el salón donde tendría lugar el encuentro, vi que el niño que cantó estaba llorando. Al verlo, una niña se acercó rápidamente a abrazarlo. Le pregunté a una profesora si todo estaba bien. Con una sonrisa, ella me explicó que esas lágrimas eran de pura emoción al ver por fin a Amalia Low y, sobre todo, de los nervios ya extintos de no haberse equivocado mientras cantaba frente a ella.
En el salón, al fondo, había una mesa dispuesta donde se sentaron Amalia, su compañero, y algunos integrantes de Eventos del Libro y la Gerencia de Corregimientos de la Alcaldía de Medellín. Los niños, por su parte, se acomodaron en el suelo. El espacio frente al tablero se transformó en un escenario. Cada curso preparó un número especial: vimos coreografías de sus canciones, una obra de teatro, e incluso un noticiero cuya primicia era la llegada de la escritora a la vereda El Plan en Santa Elena.
Pensé en todas las horas de preparación que hubo detrás de cada presentación y disfraz. Beatriz Álvarez, la directora de la escuela, me lo confirmó mientras veíamos a los niños y niñas de primero cantando Luna triste: “Luciérnaga te fuiste, la luna está triste / Se ha puesto a llorar, escondida en el mar / Canta la rana roja, canta la rana verde / Canta la rana azul, canta la amarilla…”.
Cada vez que se mencionaba un color los pequeños, vestidos de ranas en esos cuatro colores, daban saltos o vueltas según correspondiera. Las profesoras habían guiado los ensayos con constancia y paciencia durante las últimas semanas mientras que, desde sus casas, las mamás confeccionaron esos bellos disfraces elaborados con bolsas de basura y material reciclado.
Durante el encuentro, se podía ver en los rostros de los pequeños la emoción de estar finalmente frente a esa mujer de la que tanto les habían hablado, que tanto habían leído. Amalia es autora de diecisiete libros-álbum que han sido traducidos al francés, al portugués, al coreano, al japonés, al mandarín y al italiano. Desde 2012, ha hecho giras con sus espectáculos literario-musicales por toda Colombia y en otros países. Durante la presentación, Amalia mantuvo una sonrisa ligera y los ojos profundamente conmovidos. En un momento sacó un pañuelo para secarse las lágrimas. Cuando los números hubieron terminado, ella dijo que ahora era su turno de tener un gesto con ellos.
Entonces dispuso el espacio: sacó un sintetizador de un estuche y de otro, un acordeón. Se soltó el cabello que llevaba recogido en una cola, acomodó un micrófono de diadema sobre su mejilla y comenzó su show del concurso de cuentos. De un bolso empezaron a aparecer un camaleón, un perro, un zorro, un gusanito y una tortuga, cada uno representando un cuento. Eran ilustraciones impresas en cartón que Amalia movía gracias a un palito sujeto en la parte posterior, y que luego colocaba en una base para que quedaran de pie.
Era increíble su versatilidad y soltura en el escenario. A medida que relataba las historias, pasaba las imágenes en el televisor y variaba las entonaciones de la voz según la emoción o el personaje que hablaba. Al mismo tiempo tocaba el piano, creando con la música un sutil ambiente de suspenso, alegría, sorpresa y miedo. También cantó en español, inglés y francés. Cuando empezó a tocar el acordeón, los niños se quedaron absortos, observando cómo los pliegues del instrumento se ensanchaban y encogían.
Pero la mejor parte fue, sin duda, cuando Amalia mostró a Tito y Pepita. Los niños pegaron un grito que llegó hasta el cielo. “Había una vez dos hámsteres que mucho se odiaban, y cada día venenosas cartas se mandaban. Lee estas palabras amargadas ¡para reír a carcajadas!”, dice en la contracarátula del libro. En la portada están Tito y Pepita mirándose de reojo, con ceño fruncido y cruzados de brazos.
Mientras Amalia leía las cartas, los niños repetían con ella las mismas palabras como si hubieran hecho propias:
Pepita la tontita,
si te molesta mi mal aliento,
peor lo que yo siento,
vivo haciendo una mueca,
pues hasta aquí se huele tu pecueca
Y luego la respuesta:
Tito el asquerosito,
¿será que tu baño tiene un desagüe?
Tu guarida huele a caño
¿O será que usas boñiga
para lavarte la barriga?
A veces el coro de los niños se escuchaba más fuerte que la propia voz de Amalia. Estaban como en un concierto de su cantante favorita. La dieron toda y, durante lo que se prolongó la lectura, nunca bajaron el tono o su entusiasmo. Pensé que ese era uno de los momentos que quedaban hondamente aferrados en nuestros corazones de niños. Me recordé a mí misma pidiéndole a papá que me leyera por centésima vez mi cuento favorito ¡No te rías, Pepe!, escrito e ilustrado por otra japonesa: Keiko Kasza. Solía recitar los diálogos de memoria y había algo de mágico en eso, sentir que una también era autora de esa historia; saber en qué iba a terminar y aun así esperar con emoción el momento en que llegara el “Fin”.
También recordé cuando en mi colegio recibimos al escritor Gerardo Meneses—en el marco de Adopta a un autor— y las palabras que nos dijo en la conversación: “uno escribe sobre lo que conoce”. Puede que la expresión resulte obvia, pero en ese momento sonó como una verdad que debía ser conservada y atesorada. Fue, además, un detonante de reflexiones y dudas sobre el acto creativo en mi adolescencia. Me pregunto en qué términos estos niños y niñas recordarán su encuentro con Amalia Low en un futuro. ¿Sentirán que esa experiencia despertó en ellos una curiosidad por descubrir otras maneras de ver el mundo? ¿Que fue allí, quizá, donde empezó su viaje como lectores o escritores?
Además de los niños de la Media Luna, cientos de otros pequeños y jóvenes tuvieron la oportunidad de recibir a diferentes autores, tanto nacionales como internacionales, en sus propios espacios. Hasta septiembre se habían realizado 40 encuentros de la estrategia Adopta a un autor —dos después de Días del Libro y 38 durante la Fiesta del Libro y la Cultura—, donde participaron 3.856 niños, niñas y jóvenes. Estos encuentros se llevaron a cabo en bibliotecas públicas, populares y comunitarias, clubes de lectura, instituciones educativas públicas y privadas, e incluso universidades.
Se proyecta que para finales de 2024 se hayan realizado 98 encuentros. Cuando se habla de Eventos del Libro de Medellín, la infancia no es un invitado más: es el corazón de la celebración. La emoción de Adopta a un autor y la participación de miles de niñas, niños y jóvenes en la franja central del Jardín Lectura Viva en cada encuentro llevarán este viaje a un nuevo destino: la realización de la Primera Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil en 2025, un espacio dedicado a la imaginación y al poder transformador de la lectura desde los primeros años.
Cuando Amalia terminó su show, los niños hicieron fila para pedirle su autógrafo. Llevaban hojas sueltas, cuadernos, cualquier cosa que pudieron encontrar, ansiosos por llevarse un recuerdo de ese día. Se acercaban a ella con una mezcla de timidez y admiración. Se tomaron fotos con ella luciendo felices sus disfraces y le mostraron una vez más la decoración de las paredes que habían hecho con tanto esmero. La rodearon y la abrazaron con cariño, como si no quisieran dejarla ir. Al final, le entregaron papelitos con mensajes de amor, el mismo amor que se refleja en las cartas de Tito y Pepita una vez se hubieron reconciliado:
Mi linda Pepita,
Tu carita de flor
Me llena de amor,
Maravillosas son tus huellas
Y tus ojos brillan como las estrellas.
Tito.
Mi adorado Tito,
Tu piel de hámster
es como un colchón,
cuando te abrazo
eres suave como el algodón.
Divinas son tus orejitas,
sobre todo cuando las agitas.
Pepita.
FIN.