El infinito viajar por las palabras
Viajamos a través las palabras. Estas pueden considerarse el primer medio de transporte porque con ellas nos trasladamos entre lugares, mundos y épocas. Los cazadores que en la sombra de la prehistoria regresaban con el recuento oral de sus proezas son compañeros de viaje de los aventureros que consignaron en sus bitácoras y cartas el itinerario de sus exploraciones. El que imaginó un medio para llegar a la Luna, cuando ni siquiera existía nada parecido al avión, fue sin saberlo copiloto imaginario del primero que pisó el satélite natural.
En las palabras transportamos las experiencias que quedan tras un viaje para compartirlas con quienes esperan nuestro regreso. Las historias son vehículos para saltar en el tiempo, visitar otras culturas y construir otros mundos posibles.
Aborda este Tren de la Cultura para que, entre una estación y otra, pases de cabalgar un corcel de Fantasía a tripular una misión espacial; verás el curso de dos ríos fundirse en uno solo en la imaginación de un futuro escritor, y la brisa de un primer paseo en bicicleta podría evocarte ese viaje atesorado que recuerdas, imaginas o sueñas.
Diego Agudelo
Escritor colombiano
Vagón del aire
Los globos de la Luna
Un mensajero debe llevar una carta de la Luna a la Tierra, se embarca en un pequeño globo hecho con periódicos sucios del que cuelga un sombrero de castor rodeado de cascabeles. Cuando aparece en los cielos de Rotterdam se detiene el parloteo de diez mil lenguas; un segundo más tarde, diez mil pipas caen simultáneamente de la comisura de diez mil bocas. Y el asombro es mayor cuando se descubre el contenido de la carta: el relato de un tal Hans Pfaall, reparador de fuelles que un día, embrujado por libros de astronomía, decidió construir un globo extraordinario para abrirse camino, pasara lo que pasara, hasta la Luna.
Inspirado en La incomparable aventura de un tal Hans Pfaall, de Edgar Allan Poe
La meditación del vuelo
El Conde de Saint-Exupery tenía su imaginación poblada por bandadas de aviones. A sus ojos no eran simples invenciones mecánicas, sino vehículos vivos que cavaban su surco de sombra en el oro del atardecer. Aviones intrépidos como los pilotos que se adentran en la noche contra turbulencias voraces y sienten que sacian su hambre de distancia con las hélices imparables. Saint-Exupery sabía de esa comunión del humano y la máquina alada en la que no se experimenta ni vértigo ni embriaguez sino el trabajo misterioso de un cuerpo vivo y esa profunda meditación del vuelo, en la que se saborea una esperanza inexplicable.
Inspirado en Vuelo Nocturno, de Antoine de Saint-Exupery
El verano del cohete
En los ojos de un niño se refleja la silueta de un cohete elevándose en el aire con su cola de fuego, como un delgado zorro que huye hacia el espacio. Por un instante es verano en la tierra, la marea de aire cálido del cohete llega hasta las casas de los pueblos, muchos ojos lo ven ganar altura y el ruido de la explosión va convirtiéndose en un recuerdo que poco a poco se mezcla con los sueños. Tantos cohetes vendrán después, tantos viajes en busca de otros mundos, que aquel niño cuyos ojos atesoraron la estela del primer estallido podrá, algún día, dirigir su mirada hacia la Tierra, haciéndose pequeña, haciéndose pequeña.
Inspirado en El Verano del cohete, de Ray Bradbury
Volar en escoba, una guía para dummies
Por estos días, el arte de volar en escoba se ha perfeccionado. Pero como dicen de la bicicleta, una vez que has aprendido a volar nunca se olvida. Es algo que no se aprende en los libros como intentó Hermione, pero tampoco les viene a todos de cuna como le pasó a Potter.
La primera vez que montes una no le demuestres miedo, pueden sentirlo, como los caballos; solo extiende tu mano sobre ella, dile “¡Arriba!”, con convicción, móntala no muy cerca de la punta para que no pierdas equilibrio y dale una patada suave para que despegue. Cuando el aire empiece a jugar con tu cabello sabrás qué hacer, pero no te eleves mucho la primera vez; si caes puedes partirte el cuello o, lo que es peor, que tu hermosa escoba se pierda.
Inspirado en Harry Potter y la piedra filosofal, de J. K. Rowling
Una era de ciudades flotantes
¿Qué significa vivir más cerca del cielo? El viajero Lemuel Gulliver lo descubrió cuando fue salvado de un naufragio por los habitantes de la ciudad flotante de Laputa. Al parecer, llevar una vida entre las nubes hace florecer sin control pensamientos vaporosos y cada habitante de Laputa deambula abstraído en ensoñaciones celestes. Todos comparten el goce de la velocidad y la pasión por mirar el cielo, fijándose en el sol como una flor que en ocasiones amenaza con marchitarse y probando el roce regular de las colas de los cometas. Aunque no olvidan del todo la tierra firme, sucede en ocasiones que alguien intenta una fuga y salta hacia las islas fijas del mar para explorar sus delicias.
Inspirado en Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift
Las alas de Ícaro
Cuentan la historia de un niño que se atrevió a volar muy alto y la cercanía del sol derritió la cera que mantenía unidas las plumas de sus alas. Su padre no pudo hacer nada para evitar que el joven cayera al mar. Ícaro es el nombre del niño que protagoniza el relato, contado durante milenios para advertir los peligros de la invención humana: no se puede caer en la tentación de alcanzar el cielo ni el poeta debe atreverse a volar demasiado alto; lo cierto es que Ícaro es un héroe del intelecto que rompe las limitaciones, es el espíritu de la aventura, si se contara una historia en la que usara un nuevo par de alas no hay duda de que la meta seguiría siendo alcanzar el sol.
Inspirado en Metamorfosis VIII, de Ovidio
Vagón de la tierra
Pasaje directo a las historias
Un tren es un crisol de historias. Entre sus temblorosos vagones florecen intrigas, se encuentran los amantes, un par de desconocidos entablan amistad o alguien emprende la gran aventura de su vida. El mundo tiene un trazado de arterias férreas por donde transitan incontables historias, vías rápidas de aventura y peregrinación. ¿Cómo no podría inspirar, por ejemplo, una línea legendaria como la del Orient Express, un relato intenso protagonizado por diplomáticos, princesas rusas, enfermeras de guerra, millonarios y un detective perspicaz? Cuando veas pasar un tren no pienses cuál será su destino, imagina mejor las historias que nacen y mueren en sus vagones.
Basado en Asesinato en el Orient Express, de Agatha Christie
La amistad con un caballo
A un caballo se le debe la salvación de Fantasía, país vasto que recorrió con galope decidido pues su amigo Atreyu debía cumplir una misión vital. Es como decir que el caballito Ártax, pequeño y moteado como los caballos salvajes, ayudó a salvar la imaginación, la capacidad de soñar y el poder de crear otros mundos. Los amigos inseparables atravesaron el Mar de Hierba donde pastaban búfalos purpúreos y atravesaron el País de los Árboles Cantores, sintiendo la música suave de su crecimiento. En el Pantano de la Tristeza vivieron una despedida triste, Ártax no pudo seguir con su viaje, pero si al final de la historia se salva la imaginación, también se reanudará la amistad inquebrantable.
Inspirado en La historia interminable, de Michael Ende
Montar un instrumento musical
Mi bicicleta nueva, mi única bicicleta, es también un instrumento musical. A veces, cuando tomo una curva, noto cómo los ruedines se levantan. Soy un pez volador. Sé que todo esto forma parte de un rito. Aprendo a montar con la misma facilidad con la que aprendo a nadar o a deducir el mínimo común múltiplo. Monto muy bien mi bicicleta. Adelanto. Acelero. Los pulmones se me salen de la boca. Mientras monto en bicicleta, soy una agente femenina especial del gobierno británico. Soy un miembro de la resistencia que escamotea los controles nazis. Soy un hada del bosque que monta un caballo con alas. Una esquiadora que se desliza por la pista y gana su quinto eslalon gigante.
Fragmentos de Algún día lloraré, de Martha Sanz
La vocación de la velocidad
La vida entera puede transcurrir en el interior de un auto. Un día de tu infancia juegas a imaginar que los autos que ves por la ventanilla trasera tienen rostros de animales mitológicos y al día siguiente eres una muchacha que conduce un Dauphine, atascado en el embotellamiento legendario de La autopista del Sur. Podrías ver a través de esos parabrisas narrados incontables vidas con vocación de velocidad: ahí van Dean Moriarty y Sal Paradise en su errancia frenética, y en contravía vienen dos amigos que Hoy Temprano escuchan una canción y viven momentos casi espirituales en los que la velocidad total de la ruta parece cobrar una lentitud serena en el paisaje enorme y chato.
Con fragmentos de Hoy Temprano, de Pedro Mairal; La autopista del sur, de Julio Cortázar y En el camino, de Jack Kerouac
La atracción de los caminos
Un día de 1952 un joven de 23 años empieza a recorrer los caminos de América Latina. En compañía de un gran amigo y a bordo de una motocicleta nombrada Poderosa II, traza un itinerario en el que cruza las fronteras de cinco países suramericanos. En el cuerpo siente cada tramo de las carreteras, las vibraciones de la moto le graban el mapa de los territorios en el centro de los huesos. El viajero atraviesa costas, desiertos, pampas, ríos y selvas y, en cada parada, las historias de vida de quienes le brindan hospitalidad lo conmocionan, le muestran la ruta de un viaje íntimo tras el cual habrá de cambiar la historia.
Basado en Notas de viaje (diarios de motocicleta), de Ernesto Che Guevara
La vocación de la velocidad
Nada se compara con esos buses y chivas que atraviesan la noche entre los pueblos, rompiendo cortinas de aguaceros con sus faroles encendidos, agobiados en el techo con bultos de víveres, jaulas con gallinas vivas o el equipaje de pasajeros que se van a empezar nuevas vidas más cerca del mar. Llegan a las plazas de los pueblos, la identidad definida en mil colores irrepetibles, y detonan un hormigueo de multitudes a su alrededor: carretilleros que ofrecen al forastero su ayuda o vendedores de envueltos que aparecen para calmar el hambre. Así también se va poblando un país, con buses que dejan en sus rutas a los viajeros que se quedan.
Basado en Primero estaba el mar, de Tomás González
Vagón del agua
La biblioteca submarina
El Nautilus, prodigiosa máquina submarina, movida por electricidad de origen misterioso y cuyas ventanas se abrían a la observación de los abismos inexplorados, transportaba en su vientre mecánico una maravillosa biblioteca. El capitán Nemo atesoró 12 mil volúmenes sobre amplios anaqueles que serían el orgullo de más de un palacio de los continentes. Abundaban libros en las lenguas más diversas, con las obras maestras de antiguos y modernos, y todo lo que la humanidad ha producido de más hermoso en los campos de la historia, la poesía, la novela y la ciencia. La existencia submarina del capitán Nemo fue también el sueño extraordinario de un lector.
Basado en Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne
Naves de los sueños
Los barcos parecen diseñados para soportar los rigores del mar, pero en su sentido más oculto son naves para perseguir quimeras. En las velas infladas también soplan los sueños de los marineros. Están los que guardan el anhelo modesto de ver nada más la parte acuática del mundo y los que nutren la esperanza de descubrir nuevos continentes. El sueño del vigía que atisba el horizonte convive con el sueño del capitán que persigue a una ballena blanca y también con el de aquel que por 20 años mantuvo las costas de Ítaca nítidas en sus ensoñaciones. Sobre las crestas de las olas, los barcos de la literatura siguen una ruta de navegación trazada en el mismo mapa de sueños.
Basado en Moby Dick, de Herman Melville; La isla del tesoro, de Robert Luis Stevenson; y La Odisea, de Homero
Travesías de río: del Misisipi al Magdalena
Cuando Gabito partió hacia la capital en un buque de vapor, tenía la imaginación contagiada con la exuberancia que Mark Twain narró del Misisipi. Los paisajes recreados en su imaginación despertaron a una vida más salvaje, la del río Magdalena. Así lo recordó el Nobel colombiano: “Los viajes eran lentos y sorprendentes. Los pasajeros nos sentábamos en las terrazas todo el día para ver los pueblos olvidados, los caimanes tumbados con las fauces abiertas a la espera de las mariposas incautas, las bandadas de garzas que alzaban el vuelo por el susto de la estela del buque, el averío de patos de las ciénagas interiores, los manatíes que cantaban en los playones mientras amamantaban a sus crías”.
Fragmento de Vivir para contarla, Gabriel García Márquez
Guía sensorial para sobrevivir en los cruceros
Un crucero de siete días por el Caribe es un bombardeo de estímulos para los sentidos. Supóngase a un escritor contratado para escribir una crónica fiel de todo lo que vio, olió, escuchó, palpó y saboreó durante su estadía en esa catedral flotante. El resultado es un collage sensorial hipnótico compuesto de playas de sacarosa y aguas de azul brillante, olores de bronceadores frotados sobre la carne caliente, atardeceres que parecen retocados en ordenador, bancos de pececitos con aletas brillantes y tiburones camuflados en la estela niagariana de las turbinas, y entre esa lista interminable, intensidades interminables del azul más allá del azul.
Basado en Algo supuestamente divertido que no volveré a hacer, de David Foster Wallace
Veleros dignos de mitología
Apenas se posan los pies sobre cubierta, se revientan las raíces y se abre la vida a cualquier aventura. Lo sabe la primera mujer que le dio la vuelta al mundo en solitario en una competencia de veleros. Como un dardo acuático, la embarcación surcó los mares de la tierra y en ese barullo solitario, una orquesta de brisa marina, chapoteos y cierto zumbido que produce la lejanía, se soñaron naufragios, el porvenir tenía la forma de una isla desierta. La navegante imaginó la escena del encuentro: un velero panzudo abandonado en un astillero, su nombre Jason, como el héroe que navegó buscando el vellocino de oro, prometía aventuras dignas de mitología y una tripulación embriagada de felicidad.
Basado en De repente, solos, de Isabelle Autissier
Una amistad sólida como las aguas
Abdul Bashur y Maqroll el Gaviero cultivaron a lo largo de sus circunnavegaciones ese tipo de amistad sin fronteras que surge en medio de la incertidumbre y el peligro. El uno oficiaba de cómplice y salvador del otro. Enfrentados a la fauna humana que pulula en el submundo de las costas —bribones, contrabandistas, hombres y mujeres hechos de sombra—, los amigos convirtieron buques, veleros y cargueros en guarida y hogar. Una obsesión común los hacía hermanos, no era el mar ni el ansia de viajar, era el destino, incierto, y ya se sabe que sobre el agua se le puede marcar cualquier rumbo en la rosa de los vientos.
Basado en Abdul Bashur, soñador de navíos, de Álvaro Mutis